miércoles, 6 de julio de 2011

Confudir respeto con falta de contención

Estos días prevacacionales, las tan ansiadas vacaciones, entre bricolage casero: Catu ya tiene su propia habitación (aunque falta la cama, como se encarga ella de recordarnos), tardes en el piscina y calores, estamos los papás aprendiendo una cosa nueva. Otra más!. Nuestra hija muestra síntomas de falta de contención. Es duro oírlo sobre todo por parte de alguien que sabe mucho del tema (a pesar de que hubo cosas con las que nos estoy de acuerdo, casi todo coincide en que SÍ) y para unos papás en constante aprendizaje y madurez que han hecho lo mejor que creían para ella, como todos lo que pueblan el mundo. Otro reto más para nosotros.

Confundir respeto con falta de contención y otorgar un excesivo poder al niño sobre el curso de los acontecimientos puede provocar una sensación brutal de falta de contención que se traduce de las más diversas formas.

No es lo mismo tratar al niño como una zapatilla que él o ella, tengan poder de decisión sobre el devenir de la vida en general. Es cierto que lo necesitan y sobre todo en cosas relacionadas con su propia integridad física y psicológica, pero muchas veces se confunde liderazgo con autoritarismo cuando los peques necesitan del primero y nunca del segundo. Necesitan escucha, validación, amor.

La segunda mitad de los dos años han sido todo un reto pues las sombras y los TICS en la crianza se han salido con fuerza, nos ha dejado claro que necesita para seguir siendo esa niña mágica y especial.

Los niños reciben nuestro amor cuando son respetados, educados y contenidos, cuando se les da lo que necesitan y no lo que quieren. Acompañar en este caso va de la mano de guiar.

Así de bien lo expresa Naomi Aldort, en su texto Sobrevivir a los dos años. Educar es una carrera de fondo, no es alegrarlo justo en ese momento si no pensar a largo plazo.



Potenciar la responsabilidad



Mi hijo Oliver, de 2 años, estaba sentado junto a mi lámpara para que le leyera. En cuanto terminábamos de leer un libro, quería otro más. Le besé y le dije: “Pon este libro en su sitio, y trae lo que quieras leer”. Era una tarea sencilla, y lo hizo sonriendo. La vida de Oliver estaba llena de tareas pequeñas que podía realizar fácilmente. Los zapatos se quitan cuando llegamos a casa. Luego se guardan. Cada juguete se guarda antes de elegir otro. Su padre y yo le ayudábamos, en caso necesario, a hacer estas cosas con alegría.
A veces el desorden era demasiado abrumador, y terminaba por hacer yo la mayor parte del trabajo. Mi sentido del orden, la autodisciplina y la responsabilidad entraba en escena, con o sin la participación de mis hijos. Verme limpiar la comida que ha caído por el suelo, o ayudarme voluntariamente a hacer esta tarea (a petición suya) eran herramientas mucho más útiles para Oliver que verse obligado a hacerlo él antes de estar preparado de verdad para ello. De la misma manera, mi tono amable de voz, mi generosidad y amabilidad al responder a sus necesidades, le enseñaban todo lo que un millón de palabras no conseguirían comunicar.
A los 3 años, Oliver me pedía que limpiara si la comida se caía fuera del plato. Ya le interesaba este asunto. Por el contrario, mis otros hijos no internalizaron esta actitud hasta mucho más tarde. Cada niño tiene su propio ritmo y su propia tabla de desarrollo. En una relación construida sobre el apego, los niños internalizan todos los matices de nuestra forma de ser, porque confían en nosotros. Cuando somos autodisciplinados, ellos siguen nuestro liderazgo. Cuando viven la experiencia de nuestra amabilidad y gratitud hacia ellos, se convierten a su vez en niños amables, y cuando nos ven cooperar, aprenden a cooperar.


Proporcionar liderazgo en momentos difíciles.



Una niña de 3 años estaba disfrutando alegremente de un baño en la piscina, en brazos de su madre. Cuando quiso dar por terminado el baño, pidió que le pusieran la ropa para jugar en la hierba. En cuanto estuvo vestida, empezó a lloriquear: “Mamá, quiero irme a casa ahora”. La madre le dijo que ahora le tocaba bañarse a su hermano, y que después de 5 o 10 minutos se irían a casa.
La niña se mantuvo inflexible: “¡AHORA!”, gritó, “¡Quiero irme a casa AHORA!”. Esta madre quería satisfacer las necesidades de ambos niños. Lo que hizo fue validar los sentimientos de su hija, mientras la acariciaba cariñosamente: “Quieres irte a casa ahora, y no podemos hacerlo todavía. Estás triste y lloras”. La niña pidió una vez más ir a casa y contó con la validación de su madre, pero no hubo ningún cambio de planes. Una vez su necesidad de empatía fue satisfecha, dejó de llorar y jugó alegremente el resto del tiempo.
En muchos casos, la historia es al revés: un niño no se quiere ir. El reto es el mismo, no obstante. El niño quiere algo que no es posible, ya sea porque entra en conflicto con la necesidad de otro niño, porque es perjudicial, o por cualquier otro motivo. Los padres pueden sentir ansiedad por proporcionar todo aquello que el niño pide, o pánico de hacer frente a un niño contrariado o que llora. Estar al lado de nuestros hijos no siempre significa que sea posible darles todo lo que quieren. La mayoría de los niños que hablan son capaces de comprender y aceptar los límites de la realidad, siempre y cuando les mostremos que nos interesamos por sus sentimientos y que los comprendemos.
Amamantar a demanda, llevar en brazos, responder al llanto o colechar son solo una parte de la crianza natural. Un niño hablará en un tono amable si escucha que sus padres le hablan con amabilidad, a él y a los demás. Es probable que sea cuidadoso con las cosas si ha observado cómo los demás son cuidadosos con su entorno. Aprenderá a compartir si comparten con él, y si se le respeta cuando no está preparado para compartir. Aprenderá a decir “gracias” cuando reciba y observe expresiones de gratitud. La única forma de saber cuándo cabe esperar el desarrollo de ciertos comportamientos es observar al niño. Mientras tanto, los padres pueden guiarlo, no mediante el control o las órdenes, sino mediante el ejemplo y una orientación clara y amable.




4 comentarios:

  1. Muchísimas gracias por la entrada 'e ayuda mucho la información que das y me apunto el libro que tiene muy buena pinta. Muchísimos besos

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  2. Interesantísimo..... aquí es donde yo suspendo en la crianza natural.... me falta el tono amable, la paciencia, la empatía.... todo me va bien mientras es suficiente con la lactancia a demanda los brazos o el colecho, pero cuando empiezan los "conflictos de intereses" me desbordo y me frustro......... Ayyyy, cuanto me queda todavía por aprender :oI

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  3. Es cierto chicas, es lo que tiene el crecimiento personal a través de los hijos, que para la sociedad somos una más pero delante de ellos salen las sombras. No es lo mismo respeto que negligencia y es cierto que los conflictos salen en algún momento por mucho que los queramos evitar 8está claro que siempre queremos tranquilidad y consenso) pero no siempre es posible, ahí es cuando sale nuestra emocionalidad herida, (nos enfadamos, nos entra ansiedad, queremos compensarlos, chantageamos...)no conseguimos ser empáticos o amables, aunque las cosas no se puedan cambiar. Si queréis os paso por mail un sistema de varios pasaso que propone la Aldort que se acaba interiorizando y es magia, funciona. Usa la palabra A.P.E.G.O. para explicar que hacer en momentos así

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