viernes, 1 de julio de 2011

¿Qué es la empatía?




La empatía es esa gran desconocida. Empatizar es simple y llanamente ponerse en el lugar del otro y acogerse a su óptica, sin ir más lejos: acompañar en el sentimiento. Pero Ay! Qué pasa si nosotros mismos estamos absolutamente desconectados de nuestras propias emociones. Como podemos “amar al prójimo como a nosotros mismos” si muchos ni siquiera lo hemos intentado?. ¿Cómo podemos ponernos muchas veces en el lugar de nuestros hijos, o ya ni siquiera eso, ¿cómo podemos hacerles saber, trasmitirles que entendemos lo que les sucede?

Se ha leído mucho sobre la empatía y muchas personas la usan en su vocabulario convencional. ¿Pero que es exactamente la empatía?. Para ilustrarlo de forma práctica y gráfica, me serviré del fantástico ejemplo que proponen Adele Faber y Elaine Mazlish discípulas de Ginott. En su libro "Cómo hablar para que sus hijos le escuchen y como escuchar para que sus hijos le hablen"

"Imagínese que está en la oficina. Su jefe le pide que haga un trabajo extraordinario. Lo quiere encima de la mesa al concluir la jornada. Usted tiene intención de ocuparse de él inmediatamente pero, debido a unas urgencias imprevistas se olvida por completo. Tanto se complica todo que apenas le queda tiempo de comer.


Cuando junto a algunos compañeros, se dispone a marcharse a casa, se presenta el jefe y le reclama el trabajo terminado. Intenta explicarle en dos palabras el día excepcionalmente ajetreado que ha tenido. Él le interrumpe. Con una voz fuerte, desabrida, le grita: ¡No me interesan sus excusas! Para que diablos cree que le pago? Para pasar todo el día sentado sobre su trasero?. Al verle abrir la boca dispuesto a hablar dice: ¡Cállese! Y se aleja del ascensor.
Sus compañeros fingen no haber oído nada. Termina de recoger sus papeles del despacho y sale por fin. Camino de casa se encuentra con un amigo. Esta tan trastornado que no puede evitar contarle lo que le acaba de pasar.

Su amigo trata de “ayudarle” de ocho maneras diferentes

1. Negación de los sentimientos:

“No veo por qué te afecta tanto. Es una bobada sentirse así. Probablemente lo que ocurre es que has magnificado todo el asunto. No puede ser tan grave como haces que parezca. Venga, sonríe, cuando lo haces estás mucho más guapo”.

2. La actitud filosófica:

“Mira la vida es así. Las cosas no siempre salen como uno quiere. Tienes que aprender a tomártelo con más calma, en el mundo no hay nadie perfecto”

3. Un consejo:

“¿Sabes lo que deberías de hacer? Mañana por la mañana ve directo al despacho del jefe y dile “Señor tal, admito que estaba equivocado” Luego ponte manos a la obra y termina ese trabajo que has descuidado hoy. No te dejes atrapar por los mil imprevistos que surgen siempre. Y si eres un poco listo y quieres conservar el empleo, procura que no vuelva a sucederte nada parecido.

4. Preguntas:

“¿Qué urgencias has tenido exactamente para olvidar el encargo especial de tu jefe?
“¿No has pensado que se pondría hecho un basilisco si no te dedicabas a ello inmediatamente?”
“¿Te había ocurrido ya alguna vez?”

5. Defensa de la otra persona:

“Comprendo la explosión de tu jefe. Probablemente está sometido a grandes presiones. Tienes suerte de que no pierda los nervios más a menudo”

6. Lástima

“Oh! Pobrecillo. ¡Es horrible! La verdad es que me dan ganas de llorar.

7. Psicoanálisis de aficionado

“Se te ha ocurrido pensar que la auténtica razón por la que te has alterado tanto es que tu jefe representa esa figura “paterna” en tu vida? A lo mejor tu jefe ha despertado esos miedos infantiles al rechazo que te brindaba tu padre si te comportabas mal.

8. Una actitud vehemente (Intento de solidarizarse con los sentimientos del otro):

“Jolines, que experiencia tan desagradable! Soportar un ataque como ese delante de terceras personas debe haber sido terrible”



Cuando estamos dolidos o irritados por algo, lo último que deseamos escuchar es si a alguien le ha ido peor, advertencias, consejos, filosofía, psicología o la opinión de otra persona. Esa clase de argumentos solo consiguen empeorar nuestro estado. La lástima nos deprime, las preguntas nos ponen a la defensiva y lo que más exaspera es oírnos decir a nosotros mismos que no deberíamos de ponernos así.

Pero si alguien me escucha verdaderamente, si se conciencia de verdad de mi dolor interior y me da la oportunidad de hablar más a fondo de lo que me aflige, enseguida comienzo a sentirme menos crispada, menos confundida, mucho más capaz de hacer frente a mis sentimientos y a mi problema.

El proceso no es distinto en nuestros hijos. Ellos también pueden ayudarse a sí mismos si encuentran un oído atento y una actitud solidaria. Pero el lenguaje de la solidaridad no brota naturalmente. No forma parta de nuestra “lengua materna”. La mayoría de nosotros hemos crecido con los sentimientos desestimados o denegados.




La empatía es esa manta calentita que nos acoje en los peores momentos, es todo un arte saber trasmitirla y acojerla.

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